*La sopa comenzaba a hervir.La jóven,se disponía a cortar los rábanos cuando,por un momento,un gemido distrajo toda su atención.
El Caballero de Ojos tristes como ella le llamaba,comenzaba a despertarse.
Alaya,recordó que,cuando comenzó a quitarle las botas para tumbarlo en la cama,deparó en unos extraños medallones que,a modo de hebillas se encontraban en los extremos exteriores de las mismas.
Los ojos de la muchacha se pararon en el extraño símbolo que los forjaba.
Un escorpión y un arco.
Lo más curioso de aquellos medallones era el hecho de que el escorpión era el que con su cola formaba el arco y se servía de su peligroso aguijón como flecha.
Una única palabra grabado en la parte inferior de los redondos medallones permitía darles un nombre:
"LEIREH"
Mientras Alaya volvía de nuevo a sus propios pies,pudo comprobar que,según se aproximaba,aquel caballero echaba su mano a la cadera en busca de,según pensó ella,la daga roja que colgaba de un negro cinturón que le quitó al tumbarle.
Al no encontrarla,el caballero intentó levantarse nervioso.
-¡No Caballero!-exclamó Alaya.
El dolor tan intenso que sintío apenas le permitió mantener la consciencia.Cayó pesadamente contra la cama.
-No os levanteis pues vuestro cuello aún se queja.No temais.Os encontré hace dos mañanas en un sendero de la llanura de Eastfart gravemente herido.Vuestro hermoso corcel fue quien me llevó hasta vos.Lo encontré pastando no muy lejos de vuestro paradero y decidí seguirle.Fue entonces cuando os traje aquí-argumentó Alaya.
Él se dispuso a hablar comprobando,horrorizado que no podía.
-No habléis aún-volvió a decir-.Vuestra herida debe descansar.Veréis como en breve,ella misma os incitará a hacerlo.
El agua de la vieja olla de hierro interrumpió aquel instante.Comenzó a derramarse descaradamente.
Alaya,observando la escena, se levantó lentamente y se encaminó hacia el fuego.
A pesar del incipiente dolor,el jóven la observó alejarse.
Adivinó que tras aquel sencillo vestido verde se escondían unos pechos voluptuosos y unas estilizadas caderas.
Así mismo,en un fugaz vistazo por la casa pudo comprobar que se trataba de una estancia de madera rectangular.Al fondo un pequeño horno de hierro desgastado por los años.Frente a él,y cubriendo el centro de la casa,una mesa con dos sillas hermosamente talladas.Cestos y flores decoraban el resto de la estancia hasta llegar donde estaba él.Levantando, cauteloso por el dolor, la cabeza levemente supo que la cama de paja era la que ponía fin al lugar.Se encontraba en un esquinazo coronada por un cabecero de madera y vestida con una sábana blanca.
Cayó en la cuenta de que la muchacha le había cedido su lecho por lo que,muy probablemente,el frío suelo había sido su compañero de sueños.
Una nueva punzada de dolor le prohibió seguir imaginando.Cerró los ojos.
Alaya,una vez hubo terminado la sopa,la vertió en dos boles pequeños de barro ambos con dos cucharas y,cogiendo uno se encaminó de nuevo hacia él.
-Se bien que el apetito en este momento no llama a vuestro estómago,más debéis comer algo-dijo ella mientras dirigía una cuchara cargada a su boca.
La primera cucharada le hizo estremecerse de dolor.El ardiente líquido rozaba su garganta sin piedad alguna.
Alaya sonrió imperceptiblemente.
-Entiendo que os duela,-dijo-más debéis comer.
Diciendo esto,volvió a llenar la cuchara de madera acercándosela nuevamente.
*El sol se despertaba dejando tras de sí un incipiente frío.
Alaya contaba ya ocho lunas desde que encontró a aquel extraño caballero en el Sendero Verde.
Sus rasgos perfectos,sus vestiduras....sus ojos.Aquellos ojos rivales del mismo cielo que hablaban aún sin tener voz,más que callaban el nombre del jóven.
Cuán mayor era la rareza de aquel hombre,mayor las ganas de saber de él.
Sentada frente al río,intentaba imaginar su voz.
Su distraída cabeza reposó de nuevo en sus hombros al percibir pasos tras de sí.
Giró bruscamente y encontró de nuevo el azul en un cielo aún sin luz.
Sonrió y dirigió una vez más sus ojos al río.
El Caballero de Ojos tristes se sentó junto a ella.
Como si de una brisa de aire fresco se tratase,una ronca voz muy pausada se escapó entre los labios del jóven.
-Gracias-se limitó a decir,con los ojos clavados en la lejanía.
-No se merecen-respondió Alaya dibujando una sonrisa en su hermosa boca-Actué como vos los hubierais hecho en mi lugar.
-¿Tan segura estáis de vuestras palabras para afirmar tal cosa?-se precipitó a decir él
-¿Vos me hubieseis dejado morir en aquel sendero acaso?
-Posiblemente-respondió el jóven tras un prolongado silencio.
Alaya,desconcertada ante aquella inesperada respuesta,e incómoda ante su propia estupidez,hizo ademán de levantarse.
-Líonërz-dijo de repente él.
-¿Disculpad?-contestó Alaya aún molesta.
-Mi nombre es Líonërz.
-Alaya-respondió ella mientras esbozaba una pequeña sonrisa.
*Tras veinte lunas de la llegada,Alaya seguía desconcertada ante el Caballero de Ojos tristes de nombre Líonërz.
Al preguntarle por su procedencia,él se había aventurado a decir lo siguiente:
-De Záiron vengo mi lady.Soles de oro y lunas de plata bañan sus costas.Tierras del sur con bosques salvajes que no encuentran final.Allí los varones son fuertes y las damas valientes y hermosas.
Mientras Líonërz hablaba,ella pudo por fín disitinguir aquello que lunas atrás no podía.Esos ojos reflejaban tristeza y añoranza más allá de lo que un hombre,tartalo,gnomo o dándalo podía imaginar.
Una diminuta fractura en el interior de una gran aguamarina.
Nunca oyó hablar de aquellas tierras.Supuso,se encontrarían más allá del reino de Conclavia y,pudo adivinar,que aquel jóven no era un hombre.
-Soy dándalo-la había dicho Líonërz un día.
Conocía aquella raza.Arqueros de la cuna a la tumba,que antaño se alzaban muy por encima de los hombres.Muchos de ellos creyeron ser sabios cuando aún no lo eran y provocaron una división de creencias,que llevó a los dándalos a abrir una gran grieta entre dos bandos.Uno de ellos estaba compuesto por los fieles a la reina Ménade,y,el otro,por aquellos que habían decidido seguir al orador conocido como Marlo.
Ambos grupos se enfrentaron en una gran batallas que fue conocida de padres a hijos como la Batalla de los Soles.Ésta supuso practicamente la extinción de la raza dándala.
Los pequeños grupos de supervivientes que quedaron tras la sangrienta lucha,se unieron de nuevo jurando lealtad a Ménade y,a partir de entonces,su florecimiento a lo largo de los siglos, ha sido lento pero continuado.
*Alaya supo que el momento había llegado.
Una sola mirada de Líonërz la había sumido de nuevo en su infinita soledad.
Aquel hombre de palabras contadas,había iluminado su vida más que las veinte lunas que los acompañaron.Esos silencios infinitos,retumbaban más allá de los Montes Quärol.El horizonte se dejaba hipnotizar por la suave melodía que desprendían.
Una despedida sin apenas palabras en la que,muchas cosas debieron de haber sido dichas.
Una lágrima serpenteante que fue a morir a la boca de una mujer.
Un adiós plagado de silencios con una única entonación:"Gracias".
Y así fue.Aquellos ojos tristes se perdieron en la lejanía con el único recuerdo de un beso sellado en una mano.