domingo, 22 de marzo de 2009

TIERRAS (CAPÍTULO III)

*El paisaje desolador qur iba encontrando a cada instante, le guiaba hacia su tierra.
Donde antaño hubo verdes praderas y ríos de abundante caudal,ahora solamente se veía muerte y olvido.

Los árboles quemados,alzaban sus negras y desnudas ramas hacia el cielo en un gesto de agonía.El terror se había adentrado tanto en sus raíces que en las devastadas aldeas más próximas, se habían oído sus gritos de dolor.
La fauna del lugar había desaparecido.

Líonërz,recordó aquellas largas mañanas de caza.

-Al alba partiremos en dirección a los bosques Pinamord-le había dicho su padre mientras terminaba de tallar un formidable arco de madera de encina.

Entregándoselo y con el semblante más serio que Líonërz le había visto nunca le recordó lo siguiente:

-No temas nunca a nada ni a nadie,y te harás digno de él.

Su padre,había servido en los ejércitos del actual rey dándalo,Yeiko,tataranieto de la reina Ménade.
Tanta había sido la euforia que su padre vivió en aquellos tiempos que,rara era la noche que Líonërz,desde su cama,no le oía hablar en sueños.
Ataques,victorias...derrotas...recuerdos que florecían con la luna.

Todo cambió aquel día en el que el cielo se tiñó de sangre.Volvía a escuchar a su padre gritar,pero esta vez no soñaba.
De repente todo fue oscuridad y,después,lady Alaya.

-¿Cómo se encontraría?-pensó.

Algo extraño había sentido con aquella mujer.No era un deseo carnal,sino,algo mucho más allá.
Con ella,las palabras se escapaban de su boca con una fluidez a la que no acostumbraba.Sentía,que al hablar con ella se le quitaba de encima todo el polvo acumulado durante aquellos fatídicos días olvidados.Con ella,se sentía menos culpable por no recordar,y,sus heridas,incluida la del cuello,sanaban rapidamente.

Quizá,fueron aquellas interminables conversaciones,o el miedo a someterse a la fuerza que le empujaba hacia Alaya,las que le hicieron marchar de aquel lugar.

De nombre amor,o cariño y de apellido dolor y traición.No podía permanecer junto a ella.No era digno de aquel arco.

*El segundo sol desde la partida,se escondía lentamente tras los montes Quärol.Tras ellos,se encontraría su hogar.
Las dudad de nuevo sacudieron su cabeza.

-¿Quedaría algo de lo que un día fue Záiron?-pensó.Así lo ansiaba.

Sin apenas darse cuenta,la noche,arrebató el puesto a su sombra.

-Sería conveniente descansar-se dijo.

No a muchos pies,divisó la entrada norte de la ciudad de Sirkel.
Desmontó de Maa Kheru,su negra montura,y paso a paso cayó en la cuenta,de que la ciudad se encontraba en la más absoluta oscuridad.

Las altísimas almenas que descansaban a ambos lados de la puerta norte tenían sus fuegos apagados.Algo que,según Líonërz,se escapaba de lo habitual.

Oteando el lugar cual conejo asomándose por su madriguera,desenfundó su pequeña daga y se decidió a entrar.

Que distinta aquella imágen a la de los bosques de Duärlek...

Un suelo plagado de cadáveres calcinados se extendía por toda la ciudad.
Hombres,mujeres,ancianos,niños...todos reposaban para siempre en aquel tétrico lugar.

Sorteando como puedo los cuerpos mutilados,y,cerciorándose de que Maa Kheru así lo hiciera tambien,cruzó la ciudad en dirección suroeste en busca de lo que antaño fue la Torre de los Justificados.
Una altísima construcción de piedra blanca acabada en gigantescos pináculos,que servía tanto de sala de audiencias como de morada de Leocald,rey del reino de Conclavia.

Las gran puerta afilada de madera roja se encontraba abierta de par en par.
Líonërz no lo dudó un momento.Se encaminó hacia el interior.

Tapices de seda traídos del reino de Térramis,desprendían aún el humo negro de la derrota.Todo se encontraba fuera de su lugar y arrasado por las llamas.

Ni rastro de Leocald.

La idea estúpida de que se encontrase en sus aposentos le hizo dirigirse hacía la escalera de caracol que se retorcía en la esquina derecha del gran hall de la Torre.Más unas roncas respiraciones tras su espalda le hicieron desistir de su propósito.

Desenfundando la roja daga con una rápidez extraordinaria,sus ojos se toparon con un gran grupo de tatalos que le observaban con las órbitas a punto de estallar.

La evasiva nunca había sido su compañera.

-Nunca tengas miedo de nada ni de nadie-se recordó,y,acto seguido,decidió plantarles cara.

Sabía que aquellas horripilantes criaturas serían lo último que vería.

Pensó en Alaya,en todo lo que no la supo decir.La muerte era su castigo por como actuó con ella.
Él mismo sabía ,que nunca la habría dejado morir en aquel sendero...

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