Siempre existió ese abismo que tarde o temprano tenía que aparecer de verdad. Tenía miedo del rechazo que sabía que iba a experimentar pero consiguió vencerlo.
Venció todo porque sabía que era lo que quería, lo que amaba y lo que realmente la llenaba.
Llegado a este punto, con veintiún años no iba a cambiar y ella lo sabía. Calaveras...¡SÍ! ¡CALAVERAS HASTA EN LAS BRAGAS!. Quería gritar tan alto...necesitaba que la oyeran, que la escucharan, que le daba igual el mundo que ellos habían creado para que viviese en él, que no necesitaba esa absurda máscara de mediocridad que todo el mundo solía llevar, para sentirse verdaderamente libre.
Oía gritos y más gritos contra ella pero jamás le importó, jamás le importó cualquier tipo de insluto, cualquier rechazo o cualquier mirada desagradable ¿Y qué? ¿Y qué? ¡¿Y qué?!.
En el fondo lloraba de rabia e impotencia sabiendo que no llegaría a ser plenamente feliz jamás. No había nacido ni en el lugar ni en el momento adecuado, y continuamente, día tras día se lo hacían saber...día tras día.
Era fuerte, muy fuerte y tremendamente poderosa. Era una puta diosa entre la mediocridad del parecer sin ser y del ser pareciendo.
Lloraba y reía al unísono, primero de rabia y tristeza por su suerte y segundo...por la siempre anestesiante ingeniuidad del resto.
No había momento del día en el que no se preguntase que por qué ella y que por qué allí pero en el fondo...había pequeños resquicios...pequeñas sonrisas que siempre le hacían darse cuenta de que amaba a muy pocos, pero, que a esos pocos, los amaba con locura y mataría por ellos. Siempre, por siempre.
¿Por qué seguía llorando? ¿Qué era lo que realmente añoraba de verdad? ¿Era amor?...No, jamás añoró el amor...jamás hasta el punto de enloquecer por él, hasta el punto de no saber respirar un aire impuro que poco a poco todos le quitaban...
¿Era una familia de verdad? ¿Una familia unida mucho más allá de las depresiones, los daños y los gritos? ¿Añoraba quizá a los niños?...Llegó un punto en el que dejó de preguntarse pues jamás se podría contestar...
Todas las respuestas llevaban a un punto, que ella misma creía erróneo. A ese punto de odio haia ella misma, a ese punto de no mirarse a un espejo por ese miedo atroz de dejar de ser quien era...ese miedo a la soledad que traería consigo una decisión final. Se odiaba tanto que, el propio odio la amaba con locura.
Escuchaba día a día ese violín que chirriaba demasiado en sus oídos y que poco a poco ensordecía su propio silencio.
No aguantaba ese asqueroso amanecer que siempre llega tras la noche, ese duerme-vela continúo de un alma que nunca aprendió a soñar, que siempre quiso pero que jamás la enseñó nadie.
Odiaba los sueños, odiaba ese mundo hipnótico mezcla de fantasía y abstracción que tanto daño le hizo antaño...No podía soportar dormir, no podía aguantarlo.
La habitación, tan sumida en la penumbra arremetía pared por pared contra ella...y no podía escapar...jamás escaparía...lo sabía.
Sabía que terminaría por dejar atrás todo lo que había creido, no había conseguido jamás nada de lo que quería y se empezaba a concienciar de que todo estaba contra ella.
Veía su final, sabía cual era pero en el fondo...era una cobarde...una jodida cobarde que se mentía para disfrazar su realidad pero que siempre dejaba salir la verdad desde la más oscura cueva.
No aguantaba, quería volar...sus alas no la dejaban ¿Por qué?. ¿Para qué unas alas si jamás aprendería a volar? ¡¿Para qué?!...
Fue valiente creedme...al final fue valiente porque...desde la oscuridad de esa cueva, desde la gélida verdad de su insignificante vida, desde ese pozo sin fonde en el que caía y caía sin encontrar destino...aprendió a volar...
Aprendió a volar porque el frío viento de una noche la acogió entre sus brazos y para siempre volará junto a él. Esta allí, ¿La veis?. Esta allí riéndose de todos desde sus preciadas calaveras...está allí esperando que algún día...alguien, quien sea, se atreva a retar al viento.
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